La caca burocrática: una distopía pandémica

La caca burocrática: una distopía pandémica

Inspirado en el título del programa de radio de la librería la Caníbal, dedicado a las violencias burocráticas, hoy me adentraré en este terrorífico, pegajoso y aburrido mundo….

Trabajar en el área de gestión de una cooperativa siempre es gratificante, porque tus compañeras te devuelven la mirada de alivio cuando saben que una de tus funciones consiste en descargarlas de la caca burocrática. Porque hasta que la entidad es suficientemente grande para contratar a alguien que se encargue de estos temas, ellas mismas, en un acto heroico, han sido capaces de gestionar presupuestos, contratos, tesorería, facturas, atender mail, teléfono…como auténticas malabaristas, apañándoselas mientras diseñan y realizan actividades formativas, materiales, proyectos varios…y hacen crecer una cooperativa con todo lo que eso conlleva (gestión de equipos, tareas societarias, planes estratégicos…).

Los procedimientos administrativos asociados a la contratación o financiación pública, ya son bastante perversos, porque además de destinar mucho tiempo y energía a los eternos trámites (instancias, certificados electrónicos, reformulaciones, justificaciones, requerimientos, registros y un sinfín de palabrejas raras…), ahora quieren hacernos creer que todo es mucho más sencillo y accesible: pero si es muy fácil, solo tienes que leerte el manual de 20 hojas que te envío, y descargarte la aplicación superchachi que ahora utilizamos, y así podrás enviarnos el contrato. Y no solo eso, sino que la urgencia siempre es unidireccional, ya que, amparándose en leyes diversas, la administración pública puede pagarte un proyecto más de un año después de su inicio o pagarte una factura después de dos meses de haberla realizado, siempre excusándose en que sus procedimientos administrativos son los que son y son lentos.

Pero no, no es tan fácil, y nos encontramos con palabrejas raras, procedimientos telemáticos y una nula atención telefónica a raíz de la pandemia, que hacen del día a día una odisea, o en el caso de muchas personas una pared inquebrantable. Como decía Amanda Cuesta en Radio La Caníbal: “el mundo se ha quedado sin alma y está administrado por robots”.

Si la relación con la Administración ya era tensa…llega una pandemia y nos ponemos a aprender palabrejas nuevas (ERTES, ETOP’s, bonificaciones, bases reguladoras, decretos ley etc.), quedándonos en tierra de nadie, ya que el lenguaje técnico que normalmente traduce la gestoría, es imposible de descifrar por la continua publicación de leyes nuevas. A las dificultades mencionadas, se suma la poca transparencia, el poquísimo margen de tiempo para tomar decisiones importantes y la saturación de un sistema (que no nos engañemos, ya existía).

Este entramado de “papeleo” es la concreción de la violencia institucional que mi compañera Edurne mencionaba en el post de la semana pasada. Ahora reconocido en la nueva ley 17/2020 que entró en vigor el pasado 13 de febrero. Una violencia machista que nos atraviesa el cuerpo y la mente a diario, y que refleja la incongruencia del sistema público, ya que muchas entidades feministas del tercer sector cubrimos una gran parte de los servicios que deberían estar bajo el paraguas de lo público, y sin embargo estamos al filo de la supervivencia (algunas ya han cerrado) debido a las condiciones que se nos imponen.

Escribo pues para no normalizar la burocracia y la violencia que conlleva el aburrido papeleo de todos los días, para visibilizar una situación que es cotidiana para todas las entidades y que supone un grandísimo esfuerzo y, por último, para creer que parte de mi labor es traducir las palabrejas raras en otras más sencillas y así equilibrar un poco la balanza.

Tania Seoane Proupin.