Hace ya unos cinco años recibí una inesperada llamada de una amiga y compañera. Esa llamada ha cambiado muchas cosas en mi vida. Resultó ser mucho más que una propuesta de trabajo. Recuerdo que me presenté al lugar de la cita, un bar del barrio en el que quedábamos para otros menesteres, con una especie de currículum en la mano. Recuerdo que mi amiga me regaló una mirada extrañada y una media sonrisa. Sin saberlo, ya estaba empezando a aprender cosas. Aquel gesto mío que pretendía ser mi contribución a la seriedad del encuentro no era más que un papel con algunas cosas escritas que, en realidad, poco tenían que ver con lo que me proponían ella y otras amigas que ya tenía en Candela, otras compañeras con las que nos habíamos cruzado en algunos espacios de militancia, de las que ya había aprendido unas cuantas cosas. Pero decía, ya estaba empezando a aprender, a recibir, a empaparme y llevarme cosas. Esa ha sido mi historia en y con Candela, un constante aprendizaje, una sensación casi de saqueo. Aprendí, por ejemplo, que la seriedad y la formalidad, también en el trabajo, no pasaban por un documento más o menos estandarizado. Podían pasar por la confianza, por la empatía, por el cuidado, la honestidad o la transparencia. Cierto es que quizá no siempre lo viví así. Obviamente, en Candela no dejamos de ser un grupo de personas que, quien más, quien menos, reproducimos, a partir de pequeñas acciones, expresiones, formas de hacer o decidir, parte de todas esas estructuralidades, violencias y relaciones de poder que pretendemos laminar, ojalá destruir, desde la prevención y la educación feminista. Eso también lo he aprendido. Candela me ha ofrecido un espejo sobre el que mirarme, sobre el que ver, con menos posibilidades de torcer la vista hacia otro lado que en el cotidiano, aquellos reflejos menos atractivos de mí, aquellos que no necesitaban un toque de atención para ser vistos. Cierto es que sigo necesitando alguna que otra colleja. También es cierto que otra cosa que aprendí fue la escucha. He aprendido muchísimo escuchando, a las compañeras con las que empecé a hacer talleres y con las que me he ido cruzando en estos años; también a miles de chavalas y chavales, también peques, que he tenido, unas veces en frente, otras de espalda, también a mi lado, en unas cuantas decenas de colegios e institutos repartidos por Catalunya. Tampoco negaré que en ocasiones me he crecido y he olvidado eso de escuchar y ponerse en un segundo plano. Pero es que otro de los aprendizajes en Candela tiene que ver con la autoestima. Suelo plantearlo en términos de broma, cuando nos encontramos en asambleas o en reuniones de Comunitat Educativa, el área desde la que se gestiona y se hacen los talleres a jóvenes, que Candela me hace subir la autoestima. Quizá lo planteo así porque todavía me da reparo expresarme a partir de determinados códigos. Pero no es broma la cosa. En Candela he recibido cariño, amor, reconocimiento, cuidado, respeto y sólo he sido capaz, quizá hasta ahora, de reconocer lo bien que me hace cuando me dicen que tal o cual camisa me queda bien. En realidad, por eso, soy muy consciente de lo bien que me ha hecho Candela. Quizá por eso aquello de crecerme y perder de vista lo de acompañar. He aprendido también muchas cosas más. He aprendido a verme en esto de las normas y mandatos de género desde una posición de privilegio que antes de Candela entendía no sólo parcialmente, si no fundamentalmente de forma racional. He recibido, en muchas aulas, una autoridad que no merecía, que oscurecía a mis compañeras. He gozado, fuera de esas aulas, de un reconocimiento injusto, ese que deriva del notallmen pero al revés. Pero eso, en realidad, dice mucho más de Candela que de mí. Es más, cómo si no, un mérito de las compas, que no mío.
Quién me iba a decir a mí que me querían aquí, que me seguirían queriendo después de todas las dudas de los primeros meses, de lo grande que se me hizo, de mi incapacidad para gestionar unas violencias que tenía tan invisibilizadas, alguna enterrada en la memoria, que me las llevaba a casa por unos cuantos días. Quién me iba a decir a mí que, después de una primera despedida, seguirían abriéndome la puerta del equipo, una vez más, cada vez más. Pero ha llegado el momento de otra despedida. Los motivos no caben aquí. Disculpadme la torpeza pero esto, aunque igual no lo parezca, no pretende ir de mí, pretende ir de ellas ahora que empiezo a sentir que no merezco tanto el nosotras. Me voy con mucho aprendido pero sintiéndome mucho más ligero y liviano que cuando entré. Me voy con pena por lo que dejo pero con alegría por lo que ya atesoro, por lo que no perderé, por las que no quiero perder. Me voy con una gratitud inmensa, con un compromiso firme con lo que entiendo que representa Candela y las Candelas, con la intención de seguir compartiendo y aprendiendo.
Os quiero mucho, os echaré mucho de menos.
Ivan.
Inspirado en el título del programa de radio de la librería la Caníbal, dedicado a las violencias burocráticas, hoy me adentraré en este terrorífico, pegajoso y aburrido mundo….
Trabajar en el área de gestión de una cooperativa siempre es gratificante, porque tus compañeras te devuelven la mirada de alivio cuando saben que una de tus funciones consiste en descargarlas de la caca burocrática. Porque hasta que la entidad es suficientemente grande para contratar a alguien que se encargue de estos temas, ellas mismas, en un acto heroico, han sido capaces de gestionar presupuestos, contratos, tesorería, facturas, atender mail, teléfono…como auténticas malabaristas, apañándoselas mientras diseñan y realizan actividades formativas, materiales, proyectos varios…y hacen crecer una cooperativa con todo lo que eso conlleva (gestión de equipos, tareas societarias, planes estratégicos…).
Los procedimientos administrativos asociados a la contratación o financiación pública, ya son bastante perversos, porque además de destinar mucho tiempo y energía a los eternos trámites (instancias, certificados electrónicos, reformulaciones, justificaciones, requerimientos, registros y un sinfín de palabrejas raras…), ahora quieren hacernos creer que todo es mucho más sencillo y accesible: pero si es muy fácil, solo tienes que leerte el manual de 20 hojas que te envío, y descargarte la aplicación superchachi que ahora utilizamos, y así podrás enviarnos el contrato. Y no solo eso, sino que la urgencia siempre es unidireccional, ya que, amparándose en leyes diversas, la administración pública puede pagarte un proyecto más de un año después de su inicio o pagarte una factura después de dos meses de haberla realizado, siempre excusándose en que sus procedimientos administrativos son los que son y son lentos.
Pero no, no es tan fácil, y nos encontramos con palabrejas raras, procedimientos telemáticos y una nula atención telefónica a raíz de la pandemia, que hacen del día a día una odisea, o en el caso de muchas personas una pared inquebrantable. Como decía Amanda Cuesta en Radio La Caníbal: “el mundo se ha quedado sin alma y está administrado por robots”.
Si la relación con la Administración ya era tensa…llega una pandemia y nos ponemos a aprender palabrejas nuevas (ERTES, ETOP’s, bonificaciones, bases reguladoras, decretos ley etc.), quedándonos en tierra de nadie, ya que el lenguaje técnico que normalmente traduce la gestoría, es imposible de descifrar por la continua publicación de leyes nuevas. A las dificultades mencionadas, se suma la poca transparencia, el poquísimo margen de tiempo para tomar decisiones importantes y la saturación de un sistema (que no nos engañemos, ya existía).
Este entramado de “papeleo” es la concreción de la violencia institucional que mi compañera Edurne mencionaba en el post de la semana pasada. Ahora reconocido en la nueva ley 17/2020 que entró en vigor el pasado 13 de febrero. Una violencia machista que nos atraviesa el cuerpo y la mente a diario, y que refleja la incongruencia del sistema público, ya que muchas entidades feministas del tercer sector cubrimos una gran parte de los servicios que deberían estar bajo el paraguas de lo público, y sin embargo estamos al filo de la supervivencia (algunas ya han cerrado) debido a las condiciones que se nos imponen.
Escribo pues para no normalizar la burocracia y la violencia que conlleva el aburrido papeleo de todos los días, para visibilizar una situación que es cotidiana para todas las entidades y que supone un grandísimo esfuerzo y, por último, para creer que parte de mi labor es traducir las palabrejas raras en otras más sencillas y así equilibrar un poco la balanza.
Tania Seoane Proupin.
El passat 13 de febrer va entrar en vigor la llei 17/2020 amb l’objectiu d’ampliar el camp d’acció de la llei catalana 5/2008 del dret de les dones a erradicar la violència masclista (VM), just abans d’unes eleccions que han comportat (tal com es preveia) l’entrada al Parlament de partits amb programes obertament masclistes i lgbtfòbics.
Fa uns dies vaig assistir a la presentació institucional d’aquesta nova llei i no us enganyaré, em va deixar una sensació agredolça al cos, el nas arrugat i més preguntes que respostes. Diuen que Déu escanya però no ofega, així que he decidit compartir l’ambivalència generada en el post que m’ha tocat escriure per aquest pandèmic mes de març.
Per una banda, la norma aporta feliçment algunes novetats que responen a demandes dels moviments feministes. Incorpora l’ampliació dels tipus i àmbits de la VM (inclòs l’institucional, l’educatiu i el digital), el reconeixement explícit de les dones transgènere i la “diligència deguda” dels òrgans i personal públics. Així mateix, inclou l’educació afectiu-sexual a totes les etapes educatives obligatòries i el deure de garantir la formació amb perspectiva de gènere no només del professorat de totes les etapes sinó del conjunt de la comunitat educativa.
Per altra banda, quan entrem al detall del text i el seu context, afloren algunes inconsistències conceptuals-interpretatives i al mateix temps, esdevé inevitable preguntar-se qui i com s’implementarà el volum ingent d’actuacions previstes. Us compartiré algunes reflexions al voltant d’aquestes limitacions sense ànim de ser exhaustiva i lluny de voler fer una anàlisi jurídica especialitzada.
Aquesta llei, com a primera consideració, posa de manifest la necessitat de revisar col·lectivament la interpretació i definició del la pròpia violència. Des de l’administració pública i alguns feminismes s’ha tendit a definir la VM en base a un subjecte únic que la pateix : les dones. Aquest marc ha gaudit de gran utilitat política i ha estat del tot necessari per visualitzar les desigualtats de gènere, els abusos i les agressions que pateixen les dones, però té limitacions alhora d’abastar totes les violències que provoca el sistema heteropatriarcal i que afecten altres subjectes com nens, mariques i homes trans.
El nou text legal introdueix justament aquesta tensió. Per una banda defineix la VM com aquella que pateixen les dones i, per l’altra, simultàniament reconeix que els fills de les dones també són víctimes i que l’entorn també pot rebre. El reconeixement de la violència “de segon ordre” dirigida cap a homes i dones que donen suport a les dones en situació de VM (per exemple: insults cap a l’advocat o el germà) és una bona contribució d’aquesta llei. Ara bé, sense dubte que la definició clàssica del fenomen es veu desbordada i s’evidencia que és un marc sinecdòtic perquè es designa la part, pel tot. Per tant es genera una inconsistència conceptual/interpretativa que caldria considerar.
Com a segona reflexió voldria revisar l’eix formatiu i preventiu inclòs en la llei 17/2020, doncs és l’àmbit d’abordatge que millor conec. Celebro que la nova norma consideri la inclusió de l’educació afectiusexual a totes les etapes educatives, que les universitats hagin d’incorporar continguts en matèria de violència i metodologies no sexistes, la formació del professorat i tota la comunitat educativa amb perspectiva de gènere, i la formació contínua dels equips professionals que intervenen en violència (inclosa la prevenció).
Ho celebro i em pregunto, al mateix temps, si es té consciència del què significa i si hi ha previsió de desenvolupar un pla estratègic curós que permeti portar a la pràctica de manera favorable tot això; o si pel contrari, seguim només en el terreny de les bones intencions i la correcció política. Sense cap mena de dubte, aquest text legal incorpora continguts que requereixen d’un elevat compromís, rigorositat i d’un volum ingent de recursos. Em demano qui portarà a la pràctica totes aquestes formacions especialitzades i no puc deixar de pensar que les entitats feministes catalanes que treballen en l’abordatge de les VM i tenen un coneixement de camp molt especialitzat haurien de tenir un paper en aquestes accions. Però coneixent de prop la millorable gestió que fa l’administració pública de les polítiques preventives i la inèrcia a collar les entitats amb procediments, pressupostos i calendaris ridículs (podríem parlar també de violència institucional en aquest cas?) aquest panorama em resulta preocupant.
Tanmateix a partir d’ara s’ha de formar de manera contínua totes aquelles professionals que realitzen prevenció (i atenció, recuperació, etc.), és a dir, com a mínim, tot el personal dels camps de la salut, educatiu, comunitari, urbanístic i de la comunicació. Formar a tothom que fa prevenció vol dir formar aquelles que intervenen d’una manera o altra a les causes de les VM i això és un volum enorme de persones. Això suposa disposar d’un gran volum de recursos no només econòmics, sinó logístics i pedagògics.
En relació amb aquesta segona reflexió permeteu-me un parell d’apunts. Per una banda, val a dir que de res serviria que es formés tot aquest personal (en cas que això fos factible) si la qualitat de les formacions i les metodologies emprades no fossin transformadores. Recordem que la formació no és una pràctica auto-evident. Per tant, em pregunto qui té el coneixement expert per vetllar per la qualitat de l’enfocament, quines competències es requerirà a les formadores i d’on sortiran els recursos econòmics per sostenir tal inversió. Per altra banda, així entre nosaltres, haig de confessar que em preocupa els possibles efectes perversos de mesures “obligatòries” que impliquen la formació. No m’agradaria que el professorat i les professionals acabessin rebutjant el tema de la coeducació i la prevenció de la violència a causa de que sigui presentat com una obligació deslligada dels seus contextos i necessitats. Però sobretot no veig l’èxit de les mesures formatives si no van acompanyades de millores de les condicions laborals de les professionals instruïdes. Per posar un exemple, imagino el conjunt de professorat associat de les universitats catalanes -que no és poc i es troba en una situació d’absoluta precarietat- havent de refer programacions, ampliant continguts i rebent formacions en hores no laborals i, sincerament, no és aquest el tipus de política pública que somnio.
En definitiva, voldria compartir que la falta de concreció de les fites altament generoses que planteja aquesta llei em genera una sensació ambivalent que amaga la confirmació de què encara queda molt perquè l’abordatge radical de la VM (que transforma el problema d’arrel) deixi de ser una qüestió accessòria a l’atenció de les dones i a la via punitiva. Em pregunto fins a quin punt és útil que la llei es vesteixi amb propostes tan innovadores quan les dinàmiques, procediments i estructures de l’administració pública continuen tenint una lògica punitiva, sinecdòtica i precaritzant. Correm el risc de que es generi la sensació de que ja tenim el problema resolt, quan en realitat acabem d’arremangar-nos.
En aquest sentit i per acabar, fora bo revisar el marc interpretatiu “de violència masclista = violències per a les dones” i, ja que ens hi posem, perquè no afrontar els reptes que comporta la seva obertura per no perdre de vista les causes socio-culturals i estructurals del fenomen ubicades en la jerarquització dels gèneres i la dominació masculina. No està de més preguntar-se, per posar un parell d’exemples, si i/o en quins casos la violència obstètrica (i altres tipus de violència) cap als homes trans també pot ser considerada masclista o si els infants, sigui quin sigui el seu gènere, són objecte de violència simbòlica en l’àmbit educatiu i familiar al ser educats segons uns models normatius i desiguals en termes de gènere. Si pensem en els missatges sexistes d’algunes escoles probablement els podem considerar violència institucional masclista cap al conjunt de l’alumnat, tot i que de ben segur té implicacions desiguals per les noies, els nois, les persones amb vivència no normatives del gènere i la sexualitat, etc. Potser també el maltractament institucional al que ens veiem abocades moltes entitats que treballem en l’àmbit de la violència també s’hauria de considerar com una expressió de segon ordre.
Esperant que la lluita contra les VM no acabi sent un d’aquells llocs comuns buits de sentit que formalment s’aborda de manera impecable, però que a la pràctica es veu limitat per les dinàmiques del context institucional i cultural; ens animo a seguir treballant per la seva desarticulació i no perdre mai el sentit crític.
Edurne Jiménez Pérez.
El petit repte de la setmana.
Parar la màquina i trobar l’estímul.
La mirada cap endins.
Multitasking. Passió.
Estrès. Motivació.
Precarietat. Escalfor.
Equilibris preuats.
Mimos, tensions i cures.
Contacte i comunicació (tota la que es pugui)
Facilitacions i auto-facilitacions.
Conciliacions, projectes i famílies escollides.
Baixes laborals per enamoraments i ruptures afectives (tant de bo).
Consciència dels privilegis
(en procés de ser-ho més, espero, desitjo)
Maltracte institucional *
(en lluita per patir-lo menys, desitjo, espero)
Impacte de les incerteses pandèmiques.
Estridència dels petits canvis quotidians.
Aliances potents i boniques.
Crush per compartir local.
Trobades “in-sòlites” **
Sosteniment econòmic i emocional. Emocional i econòmic.
Personal i polític. Polític i personal.
Aventuretes molt emocionants.
Draps bruts i misèries feministes.
Equilibrismes i peripècies a les entitats.
Agraïment i orgull col·lectiu.
Marta Sales Romero.
*
Fa menys de quinze dies les companyes d’Aadas llençaven un crit d’emergència econòmica davant l’insuficient suport institucional que les ubica a la corda fluixa de la seva continuïtat. És lamentable i indignant que una entitat que des de fa trenta anys treballa per un servei essencial cobrint els buits dels serveis públics es trobi en aquests moments depenent d’un sistema de micromecenatge.
No fa ni un any les companyes de Tamaia prenien la difícil decisió d’abaixar la persiana del seu espai després de vint-i-nou anys posant-hi el cos. El seu comunicat, entre d’altres moltes coses deia: No volem sostenir aquest lloc dins del sistema, aquest lloc que ens col·loca davant del dolor de la violència masclista, dins d’una estructura institucional que no mobilitza els recursos necessaris per poder transformar els sistemes de creences que provoquen aquest dolor. La violència masclista és insuportable, també en la seva dimensió estructural i simbòlica.
**
Ja fa dos anys iniciàvem amb algunes companyes d’altres entitats el projecte de materialitzar una xarxa de cooperatives feministes (La insòlita), encara avui en procés i construcció. Anem lentes perquè anem lluny 😉
A l’octubre vam poder tornar als instituts a fer tallers i connectar de nou amb les adolescents i les joves. Arran del confinament a l’inici dels tallers reservem un espai per compartir inquietuds, malestars i reflexions entorn de la pandèmia. Ja és prou hostil l’entorn, que procurem fer-les connectar amb el desig. Després de segrestar-se a casa, de privar-se de contacte social i de relegar-se a un cert aïllament, els desitjos ja no són que els hi toqui la loteria, viatjar a Dubai o conèixer el seu cantant preferit. Ara desitgen sortir amb les amigues, passejar pel carrer, trobar-se en un parc, anar a veure l’àvia, treure’s la mascareta i veure’s les cares, tocar-se… Es lamenten que l’estratègia de gestió de la Covid-19 les aïlla de les relacions i del contacte afectiu amb el seu entorn. Per això anhelen sortir, enyoren la pell, volen recuperar les seves vides més enllà de la pantalla. Quan anem als instituts, les trobem espantades i «apurades», sovint ofeses i enfadades. Se les apel·la a la culpabilització i a fer de policies de balcó. La consigna és: tanca’t a casa, renta’t les mans i empantalla’t. I elles es queixen d’aïllament i telecontrol. Noten ja els costos del confinament, les quarantenes i la distància social. Expressen un malestar emocional i social, que si ve no és nou, amb la pandèmia s’ha intensificat.
Quan els hi preguntem com porten aquest «mojón» de la pandèmia que ens ha tocat viure no em deixa de sorprendre el seu sentit de l’humor amb la semàntica del moment. Se’n riuen de tanta retòrica bèl·lica. “Vivim en temps de guerra penya! L’enemic és un virus invasor que ens ataca i nosaltres l’hem de combatre”. Quins efectes pot tenir aquest discurs bèl·lic? M’agrada la burla adolescent a tanta parauleta militar perquè m’alerta de les trampes de la metàfora militarista de la malaltia que rebutja tota forma de vulnerabilitat i m’avisa que tota aquesta conceptualització semàntica de la pandèmia deixa en suspès la pluralitat. Per vèncer el virus s’apel·la a la responsabilitat individual. Però va i resulta ser una guerra sense èpica i les consignes són: queda’t a casa, tele-estudia, posa’t mascareta i no et passis dels 2 metres de seguretat. Confinament, quarantenes i distància social. Ni esplais, ni esports, ni música. S’ha acabat sortir i trobar-se.
Circuits dels moviments, fragmentació horària, distribució de patis i espais i grups bombolla. Sigues responsable i evita tocar-te amb les amigues! I les adolescents, que són pura comunicació epidèrmica, doncs ara tot per zoom, jitsi o tele-trucada. Amb el confinament i les quarantenes, les seves cases s’han convertit en una mena de presó tova i hiperconnectada en el millor dels casos i els mòbils en els nous carcellers. Si ve el confinament no és nou, ho saben les dones i també les migrants dels centres de retenció, ara s’ha estès arreu.
Quins efectes tindrà en les joves la falta de materialitat en les relacions, en les trobades, en el grup d’amigues? Ara la comunicació ha de ser només visual i verbal. Sort que en saben un «rato» de pantalles! Quin esforç els hi demanem, a elles que són epidèrmiques, fer passar per un embut tan estret tot el fet comunicatiu i la interacció social. Elles saben bé que la distància física és distància social. Quanta enyorança expressen de la presencialitat i de materialitat del cos de l’altre quan, en els tallers, els hi donem la possibilitat de connectar-se amb del desig. No obliden la importància del cos present i el perceben com a espai de comunicació. Però el cos en la pandèmia no és un cos en comú ni un cos obert a l’alteritat. És un cos profilàctic i cos confinat. Com relacionar-se amb un cos que està tancat a casa i que es comunica a través de pantalles? El cos Covid-19 es pretén infranquejable: sense pell i amb guants, sense rostre i amb mascareta, sense contacte i amb distància, sense grup al carrer sinó confinat a casa. Però som fràgils i vulnerables. El nostre cos no és una fortalesa i sabem que acceptar la vulnerabilitat és imprescindible per crear interaccions justes i relacions saludables i lliures de violència.
Se’ls diu insistentment a les joves i adolescents que només en sortirem victorioses si no abaixen la guàrdia i acaten un munt de mesures que ni estan clares, no s’entenen del tot i són sempre canviants. I apa, a combatre les actituds irresponsables i els comportaments socials contagiosos de les joves. El discurs militarista i de la responsabilitat individual estableix un nosaltres a protegir i un altres patogen. La frontera està en l’atribució de pràctiques d’irresponsabilitat. I les adolescents i les joves són assenyalades, una vegada més, com un factor de risc, com a agent perillós. La mateixa cançoneta de sempre: que si són descuidades, que si no es protegeixen, que no porten una vida social responsable… Vaja que no compleixen, de nou, amb els requisits del bon ciutadà. Qualsevol paraula (oci nocturn, sexualitat, xarxes socials, pantalles…) amb el complement «adolescència» indica perill. Si a la Covid-19 hi afegim «joves» ja tenim aquí els «súpercontagiadors».
Risc, perill, imprudència, irresponsabilitat… Una coctelera fatal que promociona els vells tòpics sobre les joves i renova la visió negativa i estereotipada de l’adolescència, ara amb aires de pandèmia. Qui agafa el virus ha de donar explicacions. Ja coneixem aquesta mirada estigmatitzant i aquesta pràctica persecutòria de la malaltia amb la SIDA. I sabem que aquests missatges no faciliten la presa de decisions, ni procuren la cura sinó que més aviat generen culpa i estigmatització. L’aparició d’un nou virus és una oportunitat per renovar els vells prejudicis. Si reviséssim la història de la lepra, la sífilis o la SIDA com a formes de control del cos i de les relacions, podríem pensar la Covid-19 com una intensificació i una extensió de noves i velles formes de gestió biopolítica. Se’ls demana a les joves un bon comportament per a combatre la pandèmia i la seva participació activa per aturar els conductes socials patògenes. I el control ja no és només vigilància. Són tecnologies molt més complexes, capaces de penetrar en cada jove. Queda’t a casa, fes de policia de balcó, selecciona amb qui passes el temps en funció del risc presumit… i tota una llista interminable de conductes irresponsables. Amb la pandèmia s’ha estès, normalitzat i legitimat tota una distopia plegada de tècniques de biovigilància i cibercontrol. COVID-1984: presa de temperatura, circuits de moviment, fragmentació del temps i segmentació de l’espai, tests de detecció individual del virus, traçabilitat en temps real dels moviments individuals a través d’aplicacions amb GPS i vigilància digital costant a través dels dispositius mòbils.
Cuida’t, cuida’m, cuidem-nos. I cuidar-nos és ara un gest de retirada i de tancament. Però com podem cuidar-nos si ens aïllem? No ens oblidem que l’aposta pel col·lectiu i el suport mutu ens protegeix de l’aïllament. Quina esperança veure les resistències de les adolescents a normalitzar unes mesures que empobreixen la seva experiència vital. Saben que la vida i la llibertat implica sovint gestió del risc. Contagiem-nos del seu pensament crític per comunicar afectes, polititzar malestars, teixir xarxa comunitària, repensar des del col·lectiu i generar noves formes de contacte, de proximitat i de calidesa humana. Les cures són transformació política, són suport mutu, són comunitat.
Martí Galofré Garreta.
- Dues campanyes que s’han fet sobre l’estigma i les joves durant la covid-19:
Comentaris recents