Despedida

Despedida

Hace ya unos cinco años recibí una inesperada llamada de una amiga y compañera. Esa llamada ha cambiado muchas cosas en mi vida. Resultó ser mucho más que una propuesta de trabajo. Recuerdo que me presenté al lugar de la cita, un bar del barrio en el que quedábamos para otros menesteres, con una especie de currículum en la mano. Recuerdo que mi amiga me regaló una mirada extrañada y una media sonrisa. Sin saberlo, ya estaba empezando a aprender cosas. Aquel gesto mío que pretendía ser mi contribución a la seriedad del encuentro no era más que un papel con algunas cosas escritas que, en realidad, poco tenían que ver con lo que me proponían ella y otras amigas que ya tenía en Candela, otras compañeras con las que nos habíamos cruzado en algunos espacios de militancia, de las que ya había aprendido unas cuantas cosas. Pero decía, ya estaba empezando a aprender, a recibir, a empaparme y llevarme cosas. Esa ha sido mi historia en y con Candela, un constante aprendizaje, una sensación casi de saqueo. Aprendí, por ejemplo, que la seriedad y la formalidad, también en el trabajo, no pasaban por un documento más o menos estandarizado. Podían pasar por la confianza, por la empatía, por el cuidado, la honestidad o la transparencia. Cierto es que quizá no siempre lo viví así. Obviamente, en Candela no dejamos de ser un grupo de personas que, quien más, quien menos, reproducimos, a partir de pequeñas acciones, expresiones, formas de hacer o decidir, parte de todas esas estructuralidades, violencias y relaciones de poder que pretendemos laminar, ojalá destruir, desde la prevención y la educación feminista. Eso también lo he aprendido. Candela me ha ofrecido un espejo sobre el que mirarme, sobre el que ver, con menos posibilidades de torcer la vista hacia otro lado que en el cotidiano, aquellos reflejos menos atractivos de mí, aquellos que no necesitaban un toque de atención para ser vistos. Cierto es que sigo necesitando alguna que otra colleja. También es cierto que otra cosa que aprendí fue la escucha. He aprendido muchísimo escuchando, a las compañeras con las que empecé a hacer talleres y con las que me he ido cruzando en estos años; también a miles de chavalas y chavales, también peques, que he tenido, unas veces en frente, otras de espalda, también a mi lado, en unas cuantas decenas de colegios e institutos repartidos por Catalunya. Tampoco negaré que en ocasiones me he crecido y he olvidado eso de escuchar y ponerse en un segundo plano. Pero es que otro de los aprendizajes en Candela tiene que ver con la autoestima. Suelo plantearlo en términos de broma, cuando nos encontramos en asambleas o en reuniones de Comunitat Educativa, el área desde la que se gestiona y se hacen los talleres a jóvenes, que Candela me hace subir la autoestima. Quizá lo planteo así porque todavía me da reparo expresarme a partir de determinados códigos. Pero no es broma la cosa. En Candela he recibido cariño, amor, reconocimiento, cuidado, respeto y sólo he sido capaz, quizá hasta ahora, de reconocer lo bien que me hace cuando me dicen que tal o cual camisa me queda bien. En realidad, por eso, soy muy consciente de lo bien que me ha hecho Candela. Quizá por eso aquello de crecerme y perder de vista lo de acompañar. He aprendido también muchas cosas más. He aprendido a verme en esto de las normas y mandatos de género desde una posición de privilegio que antes de Candela entendía no sólo parcialmente, si no fundamentalmente de forma racional. He recibido, en muchas aulas, una autoridad que no merecía, que oscurecía a mis compañeras. He gozado, fuera de esas aulas, de un reconocimiento injusto, ese que deriva del notallmen pero al revés. Pero eso, en realidad, dice mucho más de Candela que de mí. Es más, cómo si no, un mérito de las compas, que no mío.

Quién me iba a decir a mí que me querían aquí, que me seguirían queriendo después de todas las dudas de los primeros meses, de lo grande que se me hizo, de mi incapacidad para gestionar unas violencias que tenía tan invisibilizadas, alguna enterrada en la memoria, que me las llevaba a casa por unos cuantos días. Quién me iba a decir a mí que, después de una primera despedida, seguirían abriéndome la puerta del equipo, una vez más, cada vez más. Pero ha llegado el momento de otra despedida. Los motivos no caben aquí. Disculpadme la torpeza pero esto, aunque igual no lo parezca, no pretende ir de mí, pretende ir de ellas ahora que empiezo a sentir que no merezco tanto el nosotras. Me voy con mucho aprendido pero sintiéndome mucho más ligero y liviano que cuando entré. Me voy con pena por lo que dejo pero con alegría por lo que ya atesoro, por lo que no perderé, por las que no quiero perder. Me voy con una gratitud inmensa, con un compromiso firme con lo que entiendo que representa Candela y las Candelas, con la intención de seguir compartiendo y aprendiendo.

Os quiero mucho, os echaré mucho de menos.

Ivan.

La caca burocrática: una distopía pandémica

La caca burocrática: una distopía pandémica

Inspirado en el título del programa de radio de la librería la Caníbal, dedicado a las violencias burocráticas, hoy me adentraré en este terrorífico, pegajoso y aburrido mundo….

Trabajar en el área de gestión de una cooperativa siempre es gratificante, porque tus compañeras te devuelven la mirada de alivio cuando saben que una de tus funciones consiste en descargarlas de la caca burocrática. Porque hasta que la entidad es suficientemente grande para contratar a alguien que se encargue de estos temas, ellas mismas, en un acto heroico, han sido capaces de gestionar presupuestos, contratos, tesorería, facturas, atender mail, teléfono…como auténticas malabaristas, apañándoselas mientras diseñan y realizan actividades formativas, materiales, proyectos varios…y hacen crecer una cooperativa con todo lo que eso conlleva (gestión de equipos, tareas societarias, planes estratégicos…).

Los procedimientos administrativos asociados a la contratación o financiación pública, ya son bastante perversos, porque además de destinar mucho tiempo y energía a los eternos trámites (instancias, certificados electrónicos, reformulaciones, justificaciones, requerimientos, registros y un sinfín de palabrejas raras…), ahora quieren hacernos creer que todo es mucho más sencillo y accesible: pero si es muy fácil, solo tienes que leerte el manual de 20 hojas que te envío, y descargarte la aplicación superchachi que ahora utilizamos, y así podrás enviarnos el contrato. Y no solo eso, sino que la urgencia siempre es unidireccional, ya que, amparándose en leyes diversas, la administración pública puede pagarte un proyecto más de un año después de su inicio o pagarte una factura después de dos meses de haberla realizado, siempre excusándose en que sus procedimientos administrativos son los que son y son lentos.

Pero no, no es tan fácil, y nos encontramos con palabrejas raras, procedimientos telemáticos y una nula atención telefónica a raíz de la pandemia, que hacen del día a día una odisea, o en el caso de muchas personas una pared inquebrantable. Como decía Amanda Cuesta en Radio La Caníbal: “el mundo se ha quedado sin alma y está administrado por robots”.

Si la relación con la Administración ya era tensa…llega una pandemia y nos ponemos a aprender palabrejas nuevas (ERTES, ETOP’s, bonificaciones, bases reguladoras, decretos ley etc.), quedándonos en tierra de nadie, ya que el lenguaje técnico que normalmente traduce la gestoría, es imposible de descifrar por la continua publicación de leyes nuevas. A las dificultades mencionadas, se suma la poca transparencia, el poquísimo margen de tiempo para tomar decisiones importantes y la saturación de un sistema (que no nos engañemos, ya existía).

Este entramado de “papeleo” es la concreción de la violencia institucional que mi compañera Edurne mencionaba en el post de la semana pasada. Ahora reconocido en la nueva ley 17/2020 que entró en vigor el pasado 13 de febrero. Una violencia machista que nos atraviesa el cuerpo y la mente a diario, y que refleja la incongruencia del sistema público, ya que muchas entidades feministas del tercer sector cubrimos una gran parte de los servicios que deberían estar bajo el paraguas de lo público, y sin embargo estamos al filo de la supervivencia (algunas ya han cerrado) debido a las condiciones que se nos imponen.

Escribo pues para no normalizar la burocracia y la violencia que conlleva el aburrido papeleo de todos los días, para visibilizar una situación que es cotidiana para todas las entidades y que supone un grandísimo esfuerzo y, por último, para creer que parte de mi labor es traducir las palabrejas raras en otras más sencillas y así equilibrar un poco la balanza.

Tania Seoane Proupin.

Equilibrismes, peripècies i aventuretes molt emocionants

Equilibrismes, peripècies i aventuretes molt emocionants

El petit repte de la setmana.
Parar la màquina i trobar l’estímul.
La mirada cap endins.

Multitasking. Passió.
Estrès. Motivació.
Precarietat. Escalfor.
Equilibris preuats.

Mimos, tensions i cures.
Contacte i comunicació (tota la que es pugui)
Facilitacions i auto-facilitacions.
Conciliacions, projectes i famílies escollides.
Baixes laborals per enamoraments i ruptures afectives (tant de bo).

Consciència dels privilegis
(en procés de ser-ho més, espero, desitjo)
Maltracte institucional *
(en lluita per patir-lo menys, desitjo, espero)

Impacte de les incerteses pandèmiques.
Estridència dels petits canvis quotidians.

Aliances potents i boniques.
Crush per compartir local.
Trobades “in-sòlites” **

Sosteniment econòmic i emocional. Emocional i econòmic.
Personal i polític. Polític i personal.

Aventuretes molt emocionants.
Draps bruts i misèries feministes.
Equilibrismes i peripècies a les entitats.

Agraïment i orgull col·lectiu.

Marta Sales Romero.

 

*

Fa menys de quinze dies les companyes d’Aadas llençaven un crit d’emergència econòmica davant l’insuficient suport institucional que les ubica a la corda fluixa de la seva continuïtat. És lamentable i indignant que una entitat que des de fa trenta anys treballa per un servei essencial cobrint els buits dels serveis públics es trobi en aquests moments depenent d’un sistema de micromecenatge.
No fa ni un any les companyes de Tamaia prenien la difícil decisió d’abaixar la persiana del seu espai després de vint-i-nou anys posant-hi el cos. El seu comunicat, entre d’altres moltes coses deia: No volem sostenir aquest lloc dins del sistema, aquest lloc que ens col·loca davant del dolor de la violència masclista, dins d’una estructura institucional que no mobilitza els recursos necessaris per poder transformar els sistemes de creences que provoquen aquest dolor. La violència masclista és insuportable, també en la seva dimensió estructural i simbòlica.

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Ja fa dos anys iniciàvem amb algunes companyes d’altres entitats el projecte de materialitzar una xarxa de cooperatives feministes (La insòlita), encara avui en procés i construcció. Anem lentes perquè anem lluny 😉